Durante cuatro siglos, el Imperio Otomano fue también conocido como el Califato Otomano, es decir, representaba la máxima autoridad religiosa dentro del Islám y el califa era considerado el sucesor de Mahoma. Además, se gobernaba de acuerdo a la sharia o ley islámica.
Con la derrota del Imperio Otomano en la I Guerra Mundial, la posterior Guerra de la Independencia Turca y la creación de la República de Turquía por parte de Mustafa Kemal Atatürk, se puso fin de manera definitiva al imperio y esto, a su vez, supuso la abolición del califato.
No solo eso, Atatürk, cuyo principal objetivo era la “europeización” de Turquía, consideraba que la relación entre Estado y religión no solo era nociva para la sociedad, sino que no permitía el avance y la modernización del país. Por esta razón, decidió que la nueva constitución estableciera un gobierno secular en el que la religión y sus costumbres no se inmiscuyeran en las leyes.
Hoy en día, Turquía es uno de los pocos países musulmanes en los que el gobierno es oficialmente secular. La religión es respetada y tolerada con naturalidad, pero la sociedad no desea que las autoridades religiosas dicten sean las encargadas de establecer las normas que rigen el país.
La sociedad, en su mayoría, está orgullosa del carácter secular de su país y del modelo de Estado que Turquía representa para otros países musulmanes, que también aspiran a alcanzar un estatus de libertad similar, sin tener que estar sometidos a las presiones de la religión.
Uno de los rasgos más peculiares de la convivencia de la sociedad con el Islám en Turquía es el hecho de que el alcohol no solo no esté prohibido, sino que forme parte indispensable de las actividades sociales de los turcos.