El Imperio Otomano y la 1era Guerra Mundial

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I. Guerra Mundial

El Imperio Otomano vivió durante el siglo XIX una serie de hechos que alumbraban el final que pronto llegaría. Dentro del propio imperio, surgieron movimientos nacionalistas por parte de los pueblos no turcos que causaron en revueltas en lugares como Grecia, Albania o Armenia. Es por ello que desde las clases dominantes se impulsaron una serie de reformas para modernizar las administraciones y el gobierno. Estas reformas se conocieron con el nombre de Tanzimat.

 El Tanzimat consiguió la modernización del imperio, y además, solución numerosos problemas. Tras estas reformas, la mayoría de países europeos quedaron satisfechos y decidieron mantener el estatus del Imperio Otomano. Pero, las crisis no terminaron y a los problemas se unieron las inminentes guerras contra Rusia y Austria y la presión de un grupo de reformadores que deseaban más reformas.

En este escenario, el sultán Abdulaziz fue destronado y se promulgó una nueva constitución. Tras dos años, un nuevo sultán llegó al poder, Abdülhamit II, que estableció un régimen de corte autoritario y que motivó el surgimiento de un grupo reformista liberal llamado Jóvenes Turcos. Este grupo contaba con el apoyo del ejército, que obligó al sultán a restablecer la constitución y el parlamento, que habían sido abolidos. Así pues, en 1908 se celebraron unas elecciones en las que los Jóvenes Turcos obtuvieron la gran mayoría de los votos. Este éxito se produjo en un marco de pérdidas territoriales importantes para el imperio.

Durante el gobierno de los Jóvenes Turcos (1908 – 1918) el estado fue modernizado en todos los aspectos, sobre todo en lo económicos y lo social.

La entrada del imperio en la I Guerra Mundial, en la que en principio no quería participar, se debió a la promesa de Alemania de recuperar todos los territorios europeos perdidos. Así pues, el Imperio Otomano entró en la guerra en 1914.

A pesar de que la campaña de Gallípoli supuso un éxito para el imperio, no ocurrió lo mismo en la campaña que se llevó a cabo para controlar Egipto y el canal de Suez, que terminó con la invasión británica de Siria hasta llegar al sur de Anatolia.

La campaña que se llevó a cabo en el Cáucaso tampoco tuvo un buen final, pues Rusia consiguió detener el avance otomano y terminaron invadiendo Anatolia Oriental y Central.

Estas derrotas hicieron que dentro del imperio, que se había visto drásticamente mermado, se multiplicaron los problemas debidos al hambre y las enfermedades lo que propició la aparición de revueltas internas. El 30 de octubre de 1938, el gobierno otomano firmó su rendición y pasó a estar bajo control británico.

Tras el final de la guerra, se produjo la fragmentación y repartición del territorio otomano. El extinto imperio se dividió entre Grecia, Italia, Francia y Gran Bretaña. Así mismo, obtuvieron la autonomía Arabia, Armenia y el Kurdistán turco. La parte que quedó bajo el gobierno otomano, delimitada por el Tratado de Sèvres, se redujo a tan solo Anatolia Central y Noroccidental.

Tras estos hechos, se produjo un movimiento nacionalista liderado por Mustafa Kemal Atatürk que se propuso la recuperación de los territorios perdidos y terminaría con la Guerra de la Independencia y la fundación de la República de Turquía en 1923.