El Imperio Otomano surgió de uno de los numerosos pequeños estados que existían en Asia Menor y se aprovechó de la decadencia de la dinastía Selyúcida para aumentar su influencia en la zona. Los otomanos provenían de una etnia básicamente nómada que se dedicaba a la crianza de caballos y al comercio. Su contacto con otros pueblos musulmanes, hicieron que adoptaron la religión de Mahoma bajo la creencia suní.
El sultán con el que se inició la primera gran expansión del imperio fue Osmán I, de cuyo nombre deriva el apelativo de “otomano” (osmanlı en turco). Bajo el reinado del sultán Osmán, así como de otros posteriores como Orhan I, Murad I y Beyazit I, los otomanos fueron conquistando poco a poco otros pueblos y convirtiéndose en un estado poderoso.
Constantinopla fue la capital más importante del Imperio Otomano. Su conquista fue llevada a cabo por el sultán Mehmet II en el año 1453, tras numerosos intentos infructuosos por parte de diversos sultanes otomanos. La caída de Constantinopla supuso el fin del Imperio Romano de Oriente y además el suceso es considerado como el final de la Edad Media.
El máximo esplendor del imperio tuvo lugar durante los siglos XVI y XVII cuando los territorios dominados llegaron a ocupar tres continentes.
Se considera que la decadencia del imperio comienza tras la muerte en 1566 de Suleymán el Magnífico, quién es considerado como uno de los más grandes -sino el que más- sultanes en la historia del imperio. Durante los siglos XVII y XVIII el imperio sufrió una serie de derrotas militares. Durante el siglo XVIII y el XIX las élites de la sociedad civil otomana consideraban que el ejército -la institución más importante del Imperio- necesitaba una renovación tecnológica que permitiera alcanzar a los ejércitos europeos, y aunque estaban en lo cierto, con el paso de los años, se fue descubriendo que no sólo el ejército necesitaba reformas, sino también el propio gobierno y la sociedad.
El final del Imperio Otomano tuvo lugar con el alineamiento junto a la derrotada Alemania en la I Guerra Mundial. El imperio se vio obligado a firmar el tratado de Sèvres por el que perdía la mayor parte de su territorio que quedaba repartido entre las potencias victoriosas. Tras esto, Mustafa Kemal Atatürk organizó un movimiento nacionalista con el fin de expulsar a los griegos del territorio otomano que estos habían ocupado. Tras la expulsión de los griegos, el imperio se abolió y poco después, en 1922, fue creada la República de Turquía.